Que no te pase nada

pasillo de un hospital
pasillo de un hospital

Que no te pase nada. Nunca. Y menos si estás dentro de un hospital. O muy cerca de él.

Si te ha de pasar algo, mejor que sea lejos y que sea algo grave. Algo ¿eh?. Entonces te envían una ambulancia, te rescatan de un risco en helicóptero y lo que haga falta.

Pero pobre de tí, se te pasa algo y estás dentro. O te han hecho una prueba médica para la que te has preparado, te has ido tan contento y has tenido que volver a los 15 minutos. Entonces comienza a aplicarse el cuarto protocolo, como aquella novela de espionaje tan famosa. Y si lo que te pasa te duele (que suele pasar cuando te pasa algo), entonces que no te pase nada querido amigo.

Ya le puedes preguntar al de la entrada si lo encuentras -les llaman celadores- que dónde tienes que ir si has roto la barrera del umbral del dolor muy por encima de lo permitido que te podrá contestar «¿y yo qué quieres que haga? si yo no soy médico». Ya puedes intentar convencer a otro grupo de sanitarios de bata blanca -no sabes qué son ni para qué están porque siempre te envían a otros- de que no puedes andar un kilómetro de pasillos hasta la entrada de urgencias porque hasta que no te caes son incrédulos con tu palabra.

La gente es buena. Por lo general, somos buena gente.

Al final, consigues llegar a la ventanilla de administración de urgencias en una sillita de la reina y empujado por una celadora maravillosa que ve cómo esparces vómitos sin parar  en una recta de 300 metros y que te facilita ¡un pañal! para que te limpies. Tranquilo Isma Wheel, has hecho que se sienta como una auténtica heroína, te dices.

O la ventanilla de admisión está muy alta o yo estoy muy bajito. No me miran. Me piden la documentación y quieren confirmar mi nombre, dirección y teléfono. Todavía sé quién soy pero no se lo puedo decir. Tengo frío.

Empiezo a preguntarme cosas raras ¿Estoy realmente en un hospital? Hay un orden, como cuando vas al mercado. También hay corriente. Tengo frío. Y de nuevo he roto a sudar. Otra espera.

Al fin, ya estoy en urgencias y vuelvo con lo mismo: que no te pase nada. En la primera criba me califican como «A» y pasamos a los boxes. Al hueco de espera para que te atienda un médico en uno de los 14 o 15 boxes de urgencias del hospital de referencia de una ciudad de más de 700.000 habitantes.

El celador que te lleva puede que esté advertido de que no es mi mejor día pero noto que le deben gustar las carreras de Fórmula 1. Me alegro por él. ¡Viva Motorland! Deposita mi expediente «A» de urgencia en una bandeja. ¿Sabían que hay bandejas que no existen a los ojos de Dios ni de nadie?

Otra espera. Tengo frío y sigo sudando mucho. Tanto, que la camiseta interior blanca que llevo bajo mi pullover granate ha pasado a rosa. En urgencias creen que estoy esperando resultados y aclarado el tema por mi acompañante me atiende una médico. Es rubia, me advierten, pero no puedo verla. Me tumban en una camilla entre varios. Peso poco. Un kilo más que cuando hice la mili. Sigo sin poder ver a la rubia. Además es doctora. Están intentando que mejore. No lo estoy poniendo fácil. Recaigo varias veces. Intentan dejar vacío el boxer y pasarme al hueco de espera que me recuerda a un montacargas. Al final, lo consiguen.

Después de cinco horas en urgencias he recuperado el tono. Gracias a todos y a todas.

Me susurran al oído que hay una habitación para la lencería y que igual deberían probar con menos lencería, menos medicamentos para caballos, más médicos y más celadores.

La gente es buena. Por lo general, somos buena gente.

Autor: Isma Wheel (padre de eva wheel)

Cumplió 80 años el domingo 13 de enero de 2013

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